Creo que si algún efecto ha tenido el peronismo sobre nuestro país, o más precisamente sobre el inconciente colectivo de nuestro pais, ha sido la instalación de expectativas mediocres y la resignación a asumir las mismas como nuestro destino manifiesto.
Esto puede parecer sorprendente de un movimiento que en su discurso, y bajo todos sus camuflajes ideológicos, siempre enfatizó el orgullo nacionalista, el vivir con lo nuestro, el rompimiento de la dependencia de cualquier centro de poder, la soberanía adjetivada, el loguito de "industria argentina" y tantas otras imágenes que parecen a apelar a un futuro promisorio que nos reecontrará con nuestra verdadera identidad y nos hará sentir orgullosos y plenos.
Sin embargo ese discurso patriotero, triunfalista, ligeramente soberbio y a veces pendenciero termina generando la paradoja de habernos transformado en un pueblo que festeja corners y que racionaliza toda derrota como producto de la maldad ajena y no de la imposible incapacidad propia.
En algún momento de estos 70 años nos inocularon el germen de la resignación. Y nos hemos resignado, o casi resignado, a la mediocridad. A festejar que no podemos honrar nuestros compromisos. A que nos cagamos de hambre pero tenemos huevos. A que roba pero hace. A que el 2000 no nos encontró unidos pero tampoco dominados. A que nosotros somos pillos pero los otros son peores. A no discutir el lado B de la gente a la que admiramos por otros motivos. A no aceptar ningún dato que contradiga nuestra paranoia. A pensar que solo el peronismo puede gobernarnos y a naturalizar que le hagan la vida imposible a cualquier otro que ose ganar una elección. A creer que si alguna vez casi estuvimos en la elite mundial, fue solo un espejismo, un error de la historia, un problema y no un objetivo a recuperar. A que se usen las causas más nobles como instrumento de justificación de cualquier tropelía. A compararnos contra una vara cada vez más baja.
La verdad, no me resigno a eso. No me resigno a que nos gobierne gente que en un país normal no estaría ni tan siquiera al frente de un kiosco. A saber que tenemos todo para meter tres goles por partido y sin embargo festejamos como idiotas un empate sobre la hora. Tampoco me resigno al destino cíclico de saber que después de cada primavera nos espera un largo invierno. Y ahora, cuando nos invade el invierno que siempre nos alcanza quiero creer que un largo y duradero verano nos espera a la vuelta de la esquina.