Todos coincidiremos que uno de los motores de una economía es la capacidad y voluntad para tomar riesgos a cambio de ciertos retornos esperados. Esa expectativa de futuros retornos es el incentivo necesario para la asunción de los riesgos mencionados.
Por otra parte, la neuropsicología está demostrando que la percepción del riesgo por parte de los seres humanos no es simétrica: evaluamos con mayor peso los riesgos negativos que los positivos. Esto nos lleva a que entre dos opciones de igual valor esperado, tendamos a elegir aquella de menor riesgo negativo.
Teniendo estas dos cosas en mente, reflexionemos cual es el impacto de las retenciones u otros límites a los ingresos máximos. Lo primero que producen es un desincentivo a la toma de riesgo. Y este desincentivo se multiplica dado que los riesgos negativos se mantienen constantes en tanto que los positivos se ven acotados.
Pero lo más dramático de las retenciones es que son inherentemente asimétricas, pues cuando las rentabilidades bajan en general no se compensa a los sectores que pierden plata.
Podrìamos decir: ok, incentivemolos en la mala, para compensarlos. Pero el resultado en ese caso es una reducción de los riesgos percibidos, reducción cuyo costo lo debe pagar la sociedad y reducción que implicaría un desincentivo a la toma de riesgos. Y volviendo al primer punto, es en la toma de riesgos donde reside el motor económico de toda economía, su capacidad de innovación y de crecimiento.
Abajo las retenciones
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